Donde se oficia la ceremonia

Dicen que no tienen ya mucha importancia porque, para la gran mayoría de los aficionados en todo el mundo, el fútbol es un espectáculo que se ve por televisión. Pero los estadios siguen siendo los estadios. En ellos creció este deporte y en ellos, no en un plató (de momento), se oficia la ceremonia. En ellos, no en China, se preserva la memoria. Y en ellos, mediante el ruido entusiasta o el silencio amargo, se define el carácter y el juego de cada equipo. ¿Quieren saber por qué el fútbol italiano ha decaído? Se puede hablar de fraudes y de épocas bajas, pero lo más seguro y directo es examinar la grada.

Un caso reciente explica muchas cosas. Edoardo Brugnatelli, interista desde siempre, decidió comprar por fin un abono en San Siro. Fue al club y pagó por dos asientos de temporada, para él y su hijo. Usó por primera vez el carné en el encuentro Inter-Juventus, el gran derbi de Italia. Pero hizo dos descubrimientos. El primero, que sus dos plazas se encontraban en las lindes de la curva dominada por los ultras. El segundo, que estaban ocupadas por dos tipos de aspecto disuasorio. Brugnatelli, hombre prudente, optó por ver el partido desde los vomitorios y protestar ante el club. En el Inter le dijeron que no podían hacer nada, que aquello era territorio de los ultras (ya saben, los aficionados con propensión a la violencia) y que le convenía llegar a un pacto con los cabecillas. Poco después, toda la curva ultra de San Siro, incluyendo, por supuesto, los asientos de los Brugnatelli, fue cerrada como sanción por gritos racistas.

Las autoridades italianas quisieron aprovechar las nuevas normas contra el racismo en los estadios para acabar con otra costumbre: los insultos y burlas (el italianísimo sfottó) entre las aficiones rivales, instaladas en distintos fondos. Se produjo una situación curiosa. Los jefes ultras se quejaron, pero más o menos aceptaron la prohibición del racismo. Sobre lo otro, en cambio, respondieron que ni de broma. Alegaron que el sfottó, con toda la industria que le acompaña (espionaje de la afición rival para conocer de antemano sus pancartas y tener listas las respuestas, creación de frases ingeniosas, canciones y coreografías, etcétera), constituía una parte esencial del calcio. Y tenían razón. El presidente del FC Barcelona, Sandro Rosell, ha anunciado esta semana que los niños menores de ocho años dejarán de entrar gratis en el Camp Nou. Lo ha hecho en vísperas del partido con el Real Madrid, por temor, dice, a que el exceso de aforo cause problemas de seguridad. Y también porque la ley le obliga.

La gratuidad para los críos es una tradición antigua en un club del que ahora mismo es fácil ser socio (muchos de los niños lo son), pero es difícil conseguir un abono por falta de plazas. Miles de aficionados culés, que descubrieron el fútbol auténtico, el de estadio, sentados sobre las rodillas de sus padres, han protestado. Rosell tiene razón. Los aficionados, también. Y ambas posturas coinciden en una cosa: el estadio sigue siendo importante. Permítanme una nota extemporánea: si los accesos al estadio del Espanyol no mejoran, quizá habrá que ir pensando que lo del plató no es tan mala idea.